Traductor: Emma GonRevisor: Penny Martínez Sócrates, uno de los fundadores del pensamiento filosófico occidental, estaba siendo enjuiciado. Muchos ateneos creían que era un peligroso enemigo del estado, acusado de corromper a la juventud y de rechazar la existencia de sus dioses. Sin embargo, a Sócrates no le temían por tener todas las respuestas, sino por hacer demasiadas preguntas. Aunque detestaba las clases formales, el filósofo a menudo entablaba largas conversaciones sobre la moral y la sociedad con amigos y extraños. Estas discusiones no eran debates y Sócrates tampoco daba consejos explícitos. Es más, el filósofo a menudo afirmaba que no sabía nada, respondiendo a las preguntas de su interlocutor con más preguntas. Pero mediante ese proceso, Sócrates demostraba su lógica, revelando sus defectos y ayudando a ambos a obtener un entendimiento más sólido. Los seguidores de Sócrates adoraban estas agudas preguntas. Dos de sus alumnos, Platón y Jenofonte, se inspiraron tanto que replicaron el proceso de su mentor en diálogos ficticios. Estos intercambios inventados son ejemplos perfectos de lo que luego se conocería como el método socrático. En uno de estos diálogos inventados, Sócrates conversa con un joven llamado Eutidemo, quien asegura entender la naturaleza de la justicia y la injusticia. Sócrates examina los valores del estudiante pidiéndole que califique acciones como mentir y robar como justas o injustas. Eutidemo las clasifica con confianza como injusticias, pero esto sólo lleva a otra pregunta: ¿es justo para un general engañar o saquear a un ejército hostil? Eutidemo revisa su afirmación. Y asevera que esas acciones son justas cuando se trata de enemigos e injustas cuando se trata de amigos. Pero Sócrates no ha terminado, le pide al joven que piense en un comandante que miente a sus tropas para levantarles la moral. Enseguida, Eutidemo queda abatido. Parece que cada respuesta conduce a otro problema y quizá, después de todo, no esté tan seguro de lo que en efecto es justo. Al usar ese enfoque orientado a preguntas, Sócrates se describía como un partero, cuyas preguntas servían para que otros dieran a luz sus ideas. Su método de preguntas saca las suposiciones no probadas de uno y luego desafía sus sesgos. No siempre da respuestas definitivas, pero el método ayuda a clarificar las preguntas y a eliminar la lógica circular o contradictoria. Y al seguir una línea de preguntas guiada por la lógica, tanto quien pregunta como quien responde acaban en lugares inesperados. Esta técnica no se limita al contenido de la conversación, haciéndola increíblemente útil en numerosos campos. En el Renacimiento, el método se usaba para enseñar medicina clínica. Los estudiantes presentaban su razonamiento a diversos diagnósticos, mientras que el doctor cuestionaba sus suposiciones y moderaba la discusión. En este modelo, el método podía incluso producir resultados concluyentes. Este mismo enfoque se usó después en otras ciencias, como la astronomía, la botánica y las matemáticas. Después de la Reforma protestante, se adaptó para abordar temas abstractos de la fe. Y en el siglo XIX, el método se volvió una parte esencial de la educación legal estadounidense. Los profesores exploraban la comprensión de los estudiantes del razonamiento judicial, poniéndolos en situaciones hipotéticas imprevistas. Este enfoque se usa aún hoy en la Corte Suprema, para imaginar los impactos no deseados de aprobar una ley. El método socrático se puede adaptar para enseñar casi cualquier tema basado en el razonamiento crítico, pero su éxito depende del maestro que lo emplee. Un educador socrático efectivo debe estar bien versado en su tema. En lugar de acosar a sus alumnos o de presumir de su intelecto superior, debería ser modesto, genuinamente curioso y ratificar cada contribución. En este sentido, Sócrates mismo quizá no fue el más sutil maestro socrático. Los historiadores creen que fue muy crítico con la democracia ateniense y fue conocido por expresar dichas preocupaciones a sus seguidores. Esas creencias subversivas fueron distorsionadas en foros públicos y se piensa que inspiraron a dos de sus pupilos a traicionarlo. Es probable que esas ideas fueran las que llevaron a Sócrates a juicio sentenciándolo, finalmente, a muerte. Pero incluso en su lecho de muerte, los artistas pintaron a un filósofo sereno siempre curioso por explorar la pregunta primordial.