TEORÍA POLÍTICA CONSEJO DE MAQUIAVELO PARA LAS PERSONAS AMABLES Maquiavelo fue un pensador político florentino del siglo XVI que tiene potentes consejos para las personas amables que no llegan muy lejos. Su pensamiento gira alrededor de una observación fundamental e incómoda: que los malos tienden a ganar. Y lo hacen porque tienen una gran ventaja sobre los buenos: están dispuestos a actuar según las invenciones más retorcidas y astutas para su causa. No los restringe esos rígidos oponentes al cambio: los principios. Estarán preparados para mentir directamente, tergiversar hechos, amenazar o volverse violentos. También, cuando la situación lo requiera, saben cómo engañar de forma seductora, usar el encanto y palabras acarameladas, deslumbrar y distraer. Y, de esta forma, conquistar el mundo. Se asume con frecuencia que gran parte de lo que significa ser una buena persona es que uno actúe bien. Uno no solamente tiene buenos propósitos, a la vez uno está comprometido con los buenos medios. Así que si uno quiere un mundo más serio, uno necesita ganarse a las personas por medio de argumentos serios, no engaños, si uno quiere un mundo más justo, uno tiene que gentil y juiciosamente tratar de persuadir a los agentes de la injusticia para que se rindan voluntariamente, no por medio de la intimidación. Y si uno quiere que las personas sean amables, unos debe mostrar amabilidad hacia nuestros enemigos, no crueldad. Suena espléndido. Pero Maquiavelo no podía dejar pasar un problema incontrovertible. No funciona así. Mientras miraba la historia de Florencia y más en general, la de los estados italianos, observó que los príncipes, hombres de estado y mercaderes amables siempre salen mal parados. Es por esto que escribió el libro por el que lo conocemos hoy en día: El Príncipe, un corto manual de consejos impactantes para que los príncipes de buena voluntad pudieran tener éxito. Y la respuesta, en resumen, era ser tan amable como uno quisiera, pero nunca estar excesivamente dispuesto a actuar de forma amable, y de hecho saber cómo pedir prestado, si fuera necesario, cada truco empleado por los más cínicos ruines, inescrupulosos y canallas que jamás han existido. Maquiavelo sabía de dónde venía nuestra contraproductiva obsesión por actuar bien: Occidente fue criado en la historia cristiana de Jesús de Nazareth un hombre muy amable de Galilea que siempre trataba bien a las personas y terminaría siendo el rey de reyes y el gobernante de toda la eternidad. Pero Maquiavelo subraya un detalle inconveniente de este cuento sentimental del triunfo de la bondad a través de la docilidad. Desde un punto de vista práctico, la vida de Jesús era un desastre manifiesto. Esta gentil alma fue pisada, humillada, descartada y motivo de burla. Juzgado durante su vida y excluido de cualquier ayuda divina, fue uno de los grandes perdedores de la historia. La clave para ser efectivo yace en sobreponerse a todos los vestigios de esta historia. El Príncipe no es, como suele pensarse, una guía para ser un tirano; es una guía sobre qué cosas deberían aprender las buenas personas de los tiranos. Es un libro sobre cómo ser efectivo, no solamente bueno. Es un libro en donde hay fantasmas de los ejemplos de la impotencia de los puros. El admirable príncipe, y hoy podríamos añadir al ejecutivo, activista político o pensador deberían aprender cada lección de los más hábiles y retorcidos seres que haya. Deberían saber cómo asustar e intimidar, adular y molestar, acorralar y engatusar. El buen político necesita aprender del malo; el emprendedor entusiasta del hábil. Al final, somos la suma de lo que logramos, no de lo que pretendemos. Si nos importa la sabiduría, la amabilidad, la seriedad y la virtud, pero si solamente actuamos sabia, amable, seria y virtuosamente, Maquiavelo nos advierte que no llegaremos a ningún lado. Debemos aprender lecciones de una fuente inesperada: aquellos que despreciamos más temperamentalmente. Ellos tiene el potencial de enseñarnos cómo podemos llegar a la realidad que anhelamos pero contra la que ellos luchan. Necesitamos armas de fuerza similar a las de ellos. Al final, nos debería preocupar más el ser efectivos que tener nobles intenciones. No es suficiente soñar con el bien: la verdadera medida es lo que logramos. El propósito es cambiar el mundo para mejor, no quedarse en la silenciosa comodidad de las buenas intenciones y el corazón cálido. Maquiavelo sabía todo esto. Nos molesta por una buena razón: porque nos demuestra cómo somos de interesados. Nos decimos a nosotros mismos que no lo logramos porque somos un poquito muy puros, buenos y amables. Maquiavelo nos fortalece al informarnos que estamos atrapados dado que hemos sido muy miopes como para aprender de aquellos que realmente saben: nuestros enemigos.