En el año 1102 el obispo Gelmírez y su séquito trasladaron de Braga a Santiago las reliquias de San Fructuoso, San Cucufate, San Silvestre y Santa Susana. Algunas de ellas aún se encuentran en la Capilla de las Reliquias de la Catedral. El llamado “Pio Latrocinio” consiguió atraer a más peregrinos y restar importancia a la sede de Braga. Aunque cada vez eran más los peregrinos que acudían a venerar las reliquias de Santiago, tanto la diócesis compostelana, como la creencia y práctica jacobea necesitaban nuevos impulsos. Con el propósito de afianzar sus pretensiones como sede apostólica el papa Calixto II, en 1120, elevó a Diego Gelmírez, al rango de arzobispo, obteniendo así la dignidad metropolitana de la iglesia de Santiago a costa de la de Mérida. Posteriormente impulso la redacción de unos textos para difundir y consolidar los fundamentos de la tradición jacobea. Y así nació el Códice Calixtino, cuyo manuscrito original, se conserva en la Catedral de Santiago. El texto, está dividido en cinco libros: El primero ofrece una amplia relación de textos litúrgicos dedicados a Santiago. el segundo contiene los milagros realizados por el Apóstol en las distintas rutas del camino de Santiago; el tercero relata los prodigiosos sucesos relacionados con la traslación de su cuerpo desde Palestina a Galicia y como se deposita en el sepulcro; el cuarto conocido como La Historia de Turpin, narra la venida a España del emperador Carlomagno para liberar el camino a la tumba apostólica, y por último, el quinto, consiste en la famosa guía del peregrino desde Francia a Santiago atribuida al clérigo francés Aymeric Picaud. En su apéndice final se hallan diversos himnos y poemas en honor a Santiago, referencia fundamental en la música polifónica occidental. Son los momentos de máximo esplendor del culto Jacobeo. Miles y miles de peregrinos procedentes de toda Europa se dirigen a Compostela para venerar al Santo. Se arreglan calzadas, surgen nuevos burgos y ciudades, se crean hospitales y albergues… El Camino de Santiago trasciende definitivamente de su función religiosa y se convierte en un torrente de intercambio y desarrollo cultural y económico, entre las tierras del norte de España y el resto de Europa. Diego Gelmírez había cumplido todos sus objetivos: la construcción de la catedral iba por buen camino y era un referente del arte románico europeo. Su diócesis tenía la dignidad metropolitana y Santiago, gracias a sus nuevas construcciones y al fomento de la cultura, se mostraba como una ciudad abierta y prospera. Para algunos de sus conciudadanos estos éxitos no fueron excusa a la hora de perpetrar un vergonzoso intento de linchamiento, aprovechando cobardemente su vejez y enfermedad. Pero el obispo Gelmírez, muchas veces acusado de codicia, por querer engrandecer su Iglesia y su región, perdonó siempre a aquellos que le ultrajaron para apoderarse de todos sus logros. La finalización de la catedral se dilataba debido a la falta de recursos y a su enorme complejidad. Comenzaba el año 1168, habían pasado treinta años de la muerte de Gelmírez y el rey Fernando II al ver la obra estancada encarga al Maestro Mateo la conclusión de la catedral. Una de las mayores dificultades que debían salvar los constructores era el desnivel que presentaba el terreno entre la cabecera y el extremo occidental. Para solucionar el problema y poder rematar las naves, Mateo decide construir una cripta que nivele el terreno y sirva de soporte a la estructura de un nuevo e innovador pórtico que introducirá en el templo el nuevo estilo gótico. El Pórtico de la Gloria es una de las obras más bellas del templo Compostelano. Constituye el atrio de la catedral y se estructura en tres vanos que coinciden con las naves de la iglesia. Está presidido por la estatua sedente del apóstol Santiago, que desde el parteluz, o columna del arco central, acoge a los peregrinos. Una vez que el maestro Mateo hubo rematado la fachada occidental y construido el majestuoso coro pétreo, que hoy podemos ver en el Museo Catedral, quedaron concluidas las obras. Y por fin el 21 de abril de 1211, el arzobispo Pedro Muñiz en presencia del rey Alfonso IX, consagró la catedral románica de Santiago.