¿Cómo elegimos a las personas de las que nos enamoramos? En el mundo moderno, bajo la ideología del romanticismo Debes, por encima de todas las cosas, confiar en tus sentimientos El amor es un mutuo éxtasis de encontrar a una persona hermosa por dentro y por fuera que tenga la rara capacidad de hacernos felices. La actitud romántica suena cálida y amable. Quienes le dieron origen ciertamente imaginaban que al fin se acabaría este tipo relación infeliz que resultaba de las maneras anticuadas de encontrar una pareja: el matrimonio arreglado. El único problema es que esta invitación a confiar en nuestros instintos ha probado frecuentemente ser un desastre en sí. Respetando los sentimientos especiales que tenemos hacia ciertas personas en lugares de baile o estaciones de tren, fiestas, o por internet, y que el romanticismo, tan hábilmente celebrado como un arte, parece no llevarnos a ser más felices en nuestras uniones que una pareja medieval encadenada a el matrimonio por dos cortes reales fijado para mantener la soberanía de trozo tierra ancestral. El instinto no ha sido mejor que calcular paracrear una base en las relaciones Hay otra filosofía, esta influenciada por la psicoterapia, que reta a nuestra noción que confiar en nuestro instinto invariablemente nos atraerá a personas que nos hagan felices. Esto es porque esta teoría nos indica que no nos enamoramos, primero y ante todo, de esos que nos quieren de manera ideal. Sino que nos enamoramos de tales que nos quieren de maneras familiares, y podría haber gran diferencia. El amor en la adultez se basa en el modelo de amor creado en la niñez. Y este probablemente está entrelazado con una serie de atracciones problemáticas que militan en formas claves en contra de nuestras posibilidades de crecimiento y felicidad como adultos. Puede que creamos que lo que buscamos en el amor es felicidad, pero lo que en realidad buscamos es familiaridad. Buscamos recrear, dentro de nuestras relaciones como adultos, justamente los sentimientos que conocíamos tan bien en la niñez, y que rara vez se limitaban a solo ternura y atención. El amor que muchos de nosotros probamos en nuestras edades tempranas fue confundido con otras dinámicas un tanto más destructivas. Sentimientos de querer ayudar a un adulto que estuviese fuera de control, o sentir ausencia de afecto de un padre o madre, o temer su enojo; o no tener suficiente confianza para confesaralgún deseo fuera de lo común. Qué lógico es, que como adultos nos encontramos rechazando ciertos candidatos no porque sean incorrectos para nosotros, sino porque son un poco "demasiado buenos". Visualizar una relación excesivamente balanceada madura, comprensiva y confiable, debido a que en nuestros corazones, tanta "rectitud", resulta extraña. Para elegir mas inteligentemente nuestra pareja, necesitamos ir descubriendo cómociertas tendencias a sufrir pueden estarse manifestando en nuestros sentimientos de atracción por otros. Una buena manera de empezar es cuestionarnos, talvez con la ayuda de una hoja de papel, un lápiz y una tarde desocupada, qué clase de personas, en lo abstracto, no nos atraen y qué clase nos emocionan. Esto para intentar encontrar las cualidades de las personas que primero nos amaron en la niñez y para preguntarnos qué tanto están realmente alineados nuestros impulsos con cosas que sí nos harían felices Podríamos incluso descubrir, por ejemplo, que personas ligeramente distantes y sadistas, un chico(a) malo(a), suelen parecernos más interesantes que alguno que podríamos llamar el "chico(a) bueno(a)". Eso ya debería hacernos pensar. Nuestras reacciones descritas honestamente son legados. Ellas revelan suposiciones subyacentes que hemos adquirido de cómo el amor para nosotros podría sentirse. Podríamos obtener una imagen más clara de que la visión que tenemos sobre lo que buscamos en otra persona puede que no sea una muy buena guía para nuestra felicidad personal. Examinando nuestra historias emocionales aprendemos que no podemos simplemente estar atraídos a cualquiera. Estamos limitados a los "tipos" que tenemos por ciertas cosas por las que pasamos. Incluso si no siempre podemos cambiar radicalmente estos patrones es útil saber que llevamos una cadena. Esto puede hacernos más cuidadosos con nosotros mismos cuando nos sentimos abrumados por la certeza de que hemos encontrado al (la) indicado(a) después de tan solo conversar unos minutos en un bar. O cuando cierta persona parece simplemente aburrida y poco interesante, incluso si, objetivamente, tienen muchas virtudes de su parte. Finalmente, podemos obtener la libertad de amar personas distintas a nuestros "tipos" iniciales. Cuando encontramos que las cualidades que nos gustan y las que tememos pueden encontrarse en constelaciones muy distintas a las que encontramos en las primeras personas que nos enseñaron sobre el afecto, hace mucho tiempo, en una niñez que debemos esforzarnos en comprender y de la cuál, es mejor liberarse en varios aspectos